Catán: El juego de mesa alemán que conquistó al mundo

En una época dominada por pantallas y entretenimiento digital, un juego de mesa nacido en Alemania hace tres décadas sigue reuniendo a familias, amigos y desconocidos alrededor de una mesa.

Se llama Catán, y su impacto cultural ha sido tan profundo que muchos lo consideran el punto de partida de la actual “edad dorada” de los juegos de mesa.

Creado en 1995 por Klaus Teuber, un ex dentista alemán con pasión por el diseño lúdico, Catán propone una premisa sencilla pero adictiva: colonizar una isla ficticia mediante la recolección y el intercambio de recursos.

Con más de 30 millones de copias vendidas en todo el mundo y traducciones a más de 40 idiomas, el juego ha trascendido fronteras, generaciones y estilos de vida.

“Lo que hizo único a Catán fue su enfoque en la interacción social”, explica Julia Meier, editora de la revista especializada Spielbox.

“A diferencia de otros juegos donde se elimina a los jugadores, aquí todos permanecen activos hasta el final. Y el comercio entre jugadores crea una dinámica que va más allá del tablero”.

El éxito fue inmediato. En su primer año, Catán ganó el prestigioso premio alemán Spiel des Jahres (Juego del Año), y desde entonces ha generado una avalancha de expansiones, versiones temáticas —desde Star Trek hasta Juego de Tronos— y adaptaciones digitales. Incluso ha sido utilizado en aulas y talleres de negociación como herramienta educativa.

En Alemania, su país natal, Catán es más que un juego: es parte del tejido cultural. Las bibliotecas lo prestan como si fuera un libro, las familias lo sacan en las cenas de domingo, y cada octubre, miles de aficionados se reúnen en la feria SPIEL de Essen para probar nuevas variantes y conocer a sus creadores.

“Catán cambió mi forma de ver los juegos de mesa”, dice Marta Ruiz, una jugadora habitual de Madrid. “Antes pensaba que eran solo para niños. Ahora tengo una estantería llena y quedamos cada semana para jugar”.

Treinta años después de su creación, Catán sigue demostrando que, en un mundo hiperconectado, pocas cosas son tan poderosas como sentarse cara a cara, lanzar los dados y construir algo —una ciudad, una carretera, una amistad— desde cero.

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